Sara Maldonado, actriz veracruzana de corazón indomable, ha sabido transitar entre los papeles de joven ingenua, heroína apasionada, mujer rebelde y figuras complejas que rompen con las convenciones de su entorno. Con una carrera que comenzó cuando apenas era una adolescente y que ha evolucionado a lo largo de más de dos décadas, se ha reinventado frente a nuestros ojos, consolidándose como una presencia imprescindible en el mundo de las telenovelas, el cine independiente y las plataformas digitales. Su versatilidad no solo radica en su apariencia o técnica actoral, sino en la autenticidad con la que habita cada uno de sus personajes.
Como la serpiente emplumada Quetzalcóatl —deidad mesoamericana que representa tanto la dualidad del hombre como su capacidad de transformación espiritual—, Maldonado ha sabido renacer de sí misma en cada etapa de su vida artística. Ha transitado desde éxitos comerciales como Clase 406 o Corazones al límite, hasta series de tono oscuro como Camelia la Texana, donde mostró una madurez interpretativa y un dominio emocional pocas veces visto en televisión. Al igual que la serpiente sagrada, Sara se desprende de sus pieles, se transforma y vuelve a surgir con más fuerza y luz propia, incluso cuando ha tenido que nadar contra la corriente.
En esta conversación íntima, nos habla sobre los retos que ha enfrentado dentro y fuera del set, los momentos que marcaron su crecimiento personal y profesional, y cómo ha aprendido a honrar su autenticidad, incluso cuando el entorno parecía exigir máscaras.
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Mente y cuerpo
“Soy bastante nerd. Para mí, entrar al set implica estar lo más limpia posible, mental y corporalmente. Trato de ser un lienzo en blanco para que el personaje tenga el mayor espacio posible para existir”, comparte Sara, con una sinceridad que deja ver su rigurosidad creativa. Este enfoque meticuloso se refleja en cada uno de sus papeles, donde se nota una preparación minuciosa, pero también una apertura emocional total.
Inició su formación en el Centro de Educación Artística (CEA) de Televisa, y desde ahí se convirtió en uno de los rostros más visibles de su generación. No tardó en protagonizar, brillar y convertirse en referente de una juventud que se veía reflejada en sus historias. Sin embargo, la exposición temprana también implicó retos: “El personaje lo preparas en papel, pero cobra vida en el set, cuando empiezas la dinámica con los otros actores. Ahí es donde nace la magia, siempre guiada por grandes directores como Carlos Carrera, que sabe afinar hasta el último detalle”.
Como las olas que rompen con fuerza en las costas del Golfo, ella se mueve como una mítica sirena dentro del espectáculo, recordando que el flujo del agua nos guía y nunca hay que permanecer de manera estática. Su carrera es un vaivén de proyectos que la retan, la sacuden y la elevan. En su rol actual como Ariel en Lotería del Crimen, ha encontrado un espejo poderoso: “Me siento muy orgullosa de que ‘Ariel’ sea una súper policía. Una mujer dentro de las fuerzas del orden que es un referente, admirable y fuerte. Hemos crecido juntas”.
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Vidas alternas
Las calles son escenarios invisibles donde ocurren las más complejas expresiones del alma humana. Una discusión entre desconocidos, una carcajada suelta en una terraza, el silencio tenso entre dos personas que se aman y ya no se entienden: todo es materia prima para los artistas que saben mirar, y con ello se une a una larga tradición de intérpretes que han encontrado en la psicología cotidiana un terreno fértil. El comportamiento humano no solo inspira; también revela. Nos muestra las capas invisibles del miedo, la ternura, el deseo o el control, y permite construir personajes con raíces emocionales genuinas. Entender por qué alguien baja la voz en una pelea, o por qué alguien más ríe antes de llorar, es una herramienta poderosa. En el caso de Maldonado, esa atención constante le permite ir más allá del texto, encarnar desde adentro, interpretar no con los gestos, sino con la verdad.
“El comportamiento humano me inspira. Desde una pelea de pareja en la calle hasta la conversación que ocurre en la mesa de al lado en un restaurante. Observar la vida real alimenta mi trabajo actoral”, confiesa Sara, al hablar de lo que la inspira fuera del set. No es sorpresa, entonces, que sus interpretaciones estén marcadas por la humanidad cruda y tangible de sus personajes.
Esta forma de absorber el mundo no es ajena a otros creadores que han convertido lo cotidiano en una fuente inagotable de poder creativo. Coco Chanel, mucho antes de que la moda fuera democrática, caminaba por las calles parisinas observando a las mujeres reales: las que trabajaban, cuidaban, soñaban y sobrevivían con elegancia práctica. Fue así como liberó a la mujer del corsé, inspirándose en el uniforme masculino y en la comodidad como declaración de independencia. Su estilo no nació en las pasarelas, sino en los cafés, en las estaciones de tren y en los silencios entre conversaciones. Varias décadas después, Emily Blunt en un supermercado vio a una madre disciplinar a su hijo con una sola mirada helada y oración, y supo al instante que esa mujer contenía la esencia exacta que necesitaba para construir a su implacable personaje en The Devil Wears Prada. Ese cruce fugaz de miradas, fue más poderoso que cualquier ensayo. El arte, al final, no solo se inspira en la vida real: la reproduce, la transforma y la devuelve al espectador convertida en espejo. Sara entiende esta alquimia y la aplica con una intuición que solo quienes observan con el alma pueden dominar.
No es un secreto que Maldonado ha vivido tiempos complejos fuera de cámaras. El caer, aprender y valorar el medio fue también una etapa de introspección y reencuentro: “Después de 25 años de carrera, todavía quiero comerme el mundo. Tengo hambre de nuevos personajes, de explorar géneros diferentes. Esto apenas empieza”, dice con la mezcla exacta de entusiasmo y madurez que la define tras incontables producciones.
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“Has Madonna taught us nothing?”- Amber Mariens (Clueless 1996)
Renovarse no es solo cambiar de forma, es atreverse a dejar atrás lo que ya no vibra con quien somos hoy. Es un acto de valentía silenciosa: desprenderse de lo que funcionó en el pasado para dar paso a lo desconocido. En el arte, como en la vida, quedarse quieto es desaparecer. La transformación constante no es una moda, es una necesidad vital para quienes eligen vivir con autenticidad.
Esa necesidad de afinar el instinto creativo, de tomar decisiones con más conciencia y menos complacencia, tiene su paralelo en figuras icónicas como Madonna, quien a lo largo de más de cuatro décadas de carrera ha dejado claro que en el arte —y en la vida— renovarse es una forma de sobrevivir. La llamada Reina del Pop nunca fue solo música: fue símbolo, performance, manifiesto. Cada vez que la industria intentó etiquetarla o declararla “terminada”, respondió con una nueva versión de sí misma. Cambió de piel, de sonido, de estética. No por estrategia, sino por necesidad creativa. Esa capacidad de mutar sin traicionarse, de arriesgar incluso a costa del juicio público, es el mismo impulso que hoy marca a miles de artistas como Sara. Si en sus inicios los personajes llegaban como parte de un ciclo televisivo, ahora son elecciones filtradas por una pregunta clave: ¿esto me transforma o solo me repite? Como Madonna, entiende que en un medio que aplaude la fórmula, el verdadero desafío es reinventarse con verdad. Porque seguir vigente no es suficiente; hay que seguir haciendo algo que importe.
En Mujeres Asesinas vivió un parteaguas: “Tuve que hacer una extensa investigación para entender el conflicto que vivía mi personaje. Fue duro, pero fue un antes y un después para mí, tanto personal como profesionalmente”. De ahí en adelante, sus elecciones comenzaron a volverse más selectivas, más instintivas. “Hoy elijo los proyectos por el personaje. Si me atrapa, no me resisto. Y claro, también es clave el equipo con el que vas a trabajar: actores, productores, todo cuenta”.
Como los alebrijes, esas criaturas fantásticas del arte popular mexicano, la protagonista de la telenovela Camelia la Texana también está hecha de muchas partes: misticismo, color, dolor, luz, humor, fuerza. No puede ser definida por un solo papel, ni por un solo momento de su vida. Es un collage vivo que sigue tomando forma con cada decisión que toma, con cada historia que elige contar.
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Más allá de la crisálida
A los 21 años, muchos apenas comienzan a vislumbrar quiénes son; otros ya están moldeando el legado que dejarán al mundo. Es la edad en la que la audacia le gana al miedo y donde, con suerte, el talento se encuentra con la oportunidad. A esa edad, Yves Saint Laurent tomó las riendas de la casa de alta costura Chriitian Dior tras la muerte de su fundador, sin imaginar que transformaría la moda para siempre. Adele, con un Grammy en mano, lanzaba 21, un álbum que no solo consolidó su voz, sino su poder emocional. Incluso Steve Jobs, tras fundar Apple a los 21, comenzaba a entender que la tecnología no solo debía funcionar, sino inspirar.
No se trata solo de alcanzar el éxito joven, sino de saber sostenerlo. De transformar el brillo inicial en una luz que perdura. De hacer del ímpetu algo más que un momento, y convertirlo en una obra de vida. Porque cuando el talento se cruza con la disciplina, los 21 pueden ser apenas el prólogo de una historia extraordinaria. Es así, luego de ganar el certamen El rostro de El Heraldo de México, Sara debutó como actriz siendo la protagonista de la telenovela mexicana El juego de la vida, en el rol de Lorena Álvarez, a los 21 años de edad.
“Nosotras, las actrices, también somos humanas. Y creo que el consejo más importante que puedo dar a las nuevas generaciones es que salgan a buscar lo que quieren. Nada llega solo. Hay que estar listos, preparados, impecables en cada proyecto. Y ser disciplinados. Esa es la clave”, afirma con seguridad y recalca que la pasión es fundamental si buscas alcanzar tus metas, en especial a todos aquellos talentos jóvenes que ven una musa en ella.
Para finalizar nuestra charla, la intérprete guarda un toque de humor y misterio sobre el futuro: “No puedo adelantar nada, en especial sobre la cuarta temporada de mi serie Lotería del Crimen… ¡Me matan si hago spoilers! Pero puedo decir que hay mucha acción, talento y corazón en cada episodio.”
Maldonado es hija del mar, de la tierra cálida de Veracruz, pero también ha sido ciudadana del mundo. Hoy se siente agradecida de poder participar en un proyecto que vive tanto en televisión abierta como en streaming: “Me emociona que [Lotería del Crimen] llegue a más países de Latinoamérica a través de Disney+. Es una serie que puede conectar con muchos públicos, especialmente porque ofrece una alternativa cercana frente a las grandes producciones americanas. Es una historia que también nos representa.”
Como las mariposas monarca que atraviesan infinidad de peligros durante una impresionante travesía para regresar año con año al mismo bosque, Maldonado ha vuelto al centro de su vocación, renovada, más fuerte. Ya no busca encajar. Busca crear. No teme a lo imperfecto, porque en ello encontró su mayor poder.
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Foto: Alberto Rebelo
Glam: Itzel Pacheco
Sara Maldonado, actriz veracruzana de corazón indomable, ha sabido transitar entre los papeles de joven ingenua, heroína apasionada, mujer rebelde y figuras complejas que rompen con las convenciones de su entorno. Con una carrera que comenzó cuando apenas era una adolescente y que ha evolucionado a lo largo de más de dos décadas, se ha reinventado frente a nuestros ojos, consolidándose como una presencia imprescindible en el mundo de las telenovelas, el cine independiente y las plataformas digitales. Su versatilidad no solo radica en su apariencia o técnica actoral, sino en la autenticidad con la que habita cada uno de sus personajes.
Como la serpiente emplumada Quetzalcóatl —deidad mesoamericana que representa tanto la dualidad del hombre como su capacidad de transformación espiritual—, Maldonado ha sabido renacer de sí misma en cada etapa de su vida artística. Ha transitado desde éxitos comerciales como Clase 406 o Corazones al límite, hasta series de tono oscuro como Camelia la Texana, donde mostró una madurez interpretativa y un dominio emocional pocas veces visto en televisión. Al igual que la serpiente sagrada, Sara se desprende de sus pieles, se transforma y vuelve a surgir con más fuerza y luz propia, incluso cuando ha tenido que nadar contra la corriente.
En esta conversación íntima, nos habla sobre los retos que ha enfrentado dentro y fuera del set, los momentos que marcaron su crecimiento personal y profesional, y cómo ha aprendido a honrar su autenticidad, incluso cuando el entorno parecía exigir máscaras.

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Mente y cuerpo
“Soy bastante nerd. Para mí, entrar al set implica estar lo más limpia posible, mental y corporalmente. Trato de ser un lienzo en blanco para que el personaje tenga el mayor espacio posible para existir”, comparte Sara, con una sinceridad que deja ver su rigurosidad creativa. Este enfoque meticuloso se refleja en cada uno de sus papeles, donde se nota una preparación minuciosa, pero también una apertura emocional total.
Inició su formación en el Centro de Educación Artística (CEA) de Televisa, y desde ahí se convirtió en uno de los rostros más visibles de su generación. No tardó en protagonizar, brillar y convertirse en referente de una juventud que se veía reflejada en sus historias. Sin embargo, la exposición temprana también implicó retos: “El personaje lo preparas en papel, pero cobra vida en el set, cuando empiezas la dinámica con los otros actores. Ahí es donde nace la magia, siempre guiada por grandes directores como Carlos Carrera, que sabe afinar hasta el último detalle”.
Como las olas que rompen con fuerza en las costas del Golfo, ella se mueve como una mítica sirena dentro del espectáculo, recordando que el flujo del agua nos guía y nunca hay que permanecer de manera estática. Su carrera es un vaivén de proyectos que la retan, la sacuden y la elevan. En su rol actual como Ariel en Lotería del Crimen, ha encontrado un espejo poderoso: “Me siento muy orgullosa de que ‘Ariel’ sea una súper policía. Una mujer dentro de las fuerzas del orden que es un referente, admirable y fuerte. Hemos crecido juntas”.

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Vidas alternas
Las calles son escenarios invisibles donde ocurren las más complejas expresiones del alma humana. Una discusión entre desconocidos, una carcajada suelta en una terraza, el silencio tenso entre dos personas que se aman y ya no se entienden: todo es materia prima para los artistas que saben mirar, y con ello se une a una larga tradición de intérpretes que han encontrado en la psicología cotidiana un terreno fértil. El comportamiento humano no solo inspira; también revela. Nos muestra las capas invisibles del miedo, la ternura, el deseo o el control, y permite construir personajes con raíces emocionales genuinas. Entender por qué alguien baja la voz en una pelea, o por qué alguien más ríe antes de llorar, es una herramienta poderosa. En el caso de Maldonado, esa atención constante le permite ir más allá del texto, encarnar desde adentro, interpretar no con los gestos, sino con la verdad.
“El comportamiento humano me inspira. Desde una pelea de pareja en la calle hasta la conversación que ocurre en la mesa de al lado en un restaurante. Observar la vida real alimenta mi trabajo actoral”, confiesa Sara, al hablar de lo que la inspira fuera del set. No es sorpresa, entonces, que sus interpretaciones estén marcadas por la humanidad cruda y tangible de sus personajes.
Esta forma de absorber el mundo no es ajena a otros creadores que han convertido lo cotidiano en una fuente inagotable de poder creativo. Coco Chanel, mucho antes de que la moda fuera democrática, caminaba por las calles parisinas observando a las mujeres reales: las que trabajaban, cuidaban, soñaban y sobrevivían con elegancia práctica. Fue así como liberó a la mujer del corsé, inspirándose en el uniforme masculino y en la comodidad como declaración de independencia. Su estilo no nació en las pasarelas, sino en los cafés, en las estaciones de tren y en los silencios entre conversaciones. Varias décadas después, Emily Blunt en un supermercado vio a una madre disciplinar a su hijo con una sola mirada helada y oración, y supo al instante que esa mujer contenía la esencia exacta que necesitaba para construir a su implacable personaje en The Devil Wears Prada. Ese cruce fugaz de miradas, fue más poderoso que cualquier ensayo. El arte, al final, no solo se inspira en la vida real: la reproduce, la transforma y la devuelve al espectador convertida en espejo. Sara entiende esta alquimia y la aplica con una intuición que solo quienes observan con el alma pueden dominar.
No es un secreto que Maldonado ha vivido tiempos complejos fuera de cámaras. El caer, aprender y valorar el medio fue también una etapa de introspección y reencuentro: “Después de 25 años de carrera, todavía quiero comerme el mundo. Tengo hambre de nuevos personajes, de explorar géneros diferentes. Esto apenas empieza”, dice con la mezcla exacta de entusiasmo y madurez que la define tras incontables producciones.

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“Has Madonna taught us nothing?”- Amber Mariens (Clueless 1996)
Renovarse no es solo cambiar de forma, es atreverse a dejar atrás lo que ya no vibra con quien somos hoy. Es un acto de valentía silenciosa: desprenderse de lo que funcionó en el pasado para dar paso a lo desconocido. En el arte, como en la vida, quedarse quieto es desaparecer. La transformación constante no es una moda, es una necesidad vital para quienes eligen vivir con autenticidad.
Esa necesidad de afinar el instinto creativo, de tomar decisiones con más conciencia y menos complacencia, tiene su paralelo en figuras icónicas como Madonna, quien a lo largo de más de cuatro décadas de carrera ha dejado claro que en el arte —y en la vida— renovarse es una forma de sobrevivir. La llamada Reina del Pop nunca fue solo música: fue símbolo, performance, manifiesto. Cada vez que la industria intentó etiquetarla o declararla “terminada”, respondió con una nueva versión de sí misma. Cambió de piel, de sonido, de estética. No por estrategia, sino por necesidad creativa. Esa capacidad de mutar sin traicionarse, de arriesgar incluso a costa del juicio público, es el mismo impulso que hoy marca a miles de artistas como Sara. Si en sus inicios los personajes llegaban como parte de un ciclo televisivo, ahora son elecciones filtradas por una pregunta clave: ¿esto me transforma o solo me repite? Como Madonna, entiende que en un medio que aplaude la fórmula, el verdadero desafío es reinventarse con verdad. Porque seguir vigente no es suficiente; hay que seguir haciendo algo que importe.
En Mujeres Asesinas vivió un parteaguas: “Tuve que hacer una extensa investigación para entender el conflicto que vivía mi personaje. Fue duro, pero fue un antes y un después para mí, tanto personal como profesionalmente”. De ahí en adelante, sus elecciones comenzaron a volverse más selectivas, más instintivas. “Hoy elijo los proyectos por el personaje. Si me atrapa, no me resisto. Y claro, también es clave el equipo con el que vas a trabajar: actores, productores, todo cuenta”.
Como los alebrijes, esas criaturas fantásticas del arte popular mexicano, la protagonista de la telenovela Camelia la Texana también está hecha de muchas partes: misticismo, color, dolor, luz, humor, fuerza. No puede ser definida por un solo papel, ni por un solo momento de su vida. Es un collage vivo que sigue tomando forma con cada decisión que toma, con cada historia que elige contar.

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Más allá de la crisálida
A los 21 años, muchos apenas comienzan a vislumbrar quiénes son; otros ya están moldeando el legado que dejarán al mundo. Es la edad en la que la audacia le gana al miedo y donde, con suerte, el talento se encuentra con la oportunidad. A esa edad, Yves Saint Laurent tomó las riendas de la casa de alta costura Chriitian Dior tras la muerte de su fundador, sin imaginar que transformaría la moda para siempre. Adele, con un Grammy en mano, lanzaba 21, un álbum que no solo consolidó su voz, sino su poder emocional. Incluso Steve Jobs, tras fundar Apple a los 21, comenzaba a entender que la tecnología no solo debía funcionar, sino inspirar.
No se trata solo de alcanzar el éxito joven, sino de saber sostenerlo. De transformar el brillo inicial en una luz que perdura. De hacer del ímpetu algo más que un momento, y convertirlo en una obra de vida. Porque cuando el talento se cruza con la disciplina, los 21 pueden ser apenas el prólogo de una historia extraordinaria. Es así, luego de ganar el certamen El rostro de El Heraldo de México, Sara debutó como actriz siendo la protagonista de la telenovela mexicana El juego de la vida, en el rol de Lorena Álvarez, a los 21 años de edad.
“Nosotras, las actrices, también somos humanas. Y creo que el consejo más importante que puedo dar a las nuevas generaciones es que salgan a buscar lo que quieren. Nada llega solo. Hay que estar listos, preparados, impecables en cada proyecto. Y ser disciplinados. Esa es la clave”, afirma con seguridad y recalca que la pasión es fundamental si buscas alcanzar tus metas, en especial a todos aquellos talentos jóvenes que ven una musa en ella.
Para finalizar nuestra charla, la intérprete guarda un toque de humor y misterio sobre el futuro: “No puedo adelantar nada, en especial sobre la cuarta temporada de mi serie Lotería del Crimen… ¡Me matan si hago spoilers! Pero puedo decir que hay mucha acción, talento y corazón en cada episodio.”
Maldonado es hija del mar, de la tierra cálida de Veracruz, pero también ha sido ciudadana del mundo. Hoy se siente agradecida de poder participar en un proyecto que vive tanto en televisión abierta como en streaming: “Me emociona que [Lotería del Crimen] llegue a más países de Latinoamérica a través de Disney+. Es una serie que puede conectar con muchos públicos, especialmente porque ofrece una alternativa cercana frente a las grandes producciones americanas. Es una historia que también nos representa.”
Como las mariposas monarca que atraviesan infinidad de peligros durante una impresionante travesía para regresar año con año al mismo bosque, Maldonado ha vuelto al centro de su vocación, renovada, más fuerte. Ya no busca encajar. Busca crear. No teme a lo imperfecto, porque en ello encontró su mayor poder.
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Foto: Alberto Rebelo
Glam: Itzel Pacheco


